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29 de octubre de 2013

“El Principito”, un libro que invade la razón y el corazón

La frase de Saint-Exupéry “Lo esencial es invisible a los ojos”, cobra vigencia a través de uno de los libros más vendidos en el mundo.




Libro de cabecera de muchos y de la categoría de aquellos que se leen más de una vez, “El Principito” encierra desde la primera a la última palabra, un aprendizaje que se renueva en cada lectura.

Este año, la obra del francés Antoine de Saint-Exupéry cum­plió 70 años de existencia ple­na desde que se editó en abril de 1943, en inglés y francés (Le petit prince), en los Estados Unidos, apenas quince meses antes de que su autor muriera en un accidente de aviación. Eran los últimos años de la Se­gunda Guerra Mundial y la edi­ torial francesa Éditions Galli­mard no pudo imprimir la obra hasta 1946, tras la liberación de Francia.
Recorrer las páginas de esta corta novela, con sus caracte­rísticas ilustraciones de estilo naif realizadas por su propio autor, es reflexionar sobre si­tuaciones de la vida: la grande­za de la amistad, la solidaridad, la fortaleza, y hasta hay quie­nes sienten que es curadora de las heridas de la desesperanza.
“El Principito es un clásico, que entraña el compromiso de vi­vir, el lujo verdadero de las re­ laciones humanas. Y aunque haga correr lágrimas, provoca alegría en ellas”, expresa la profesora en Letras Ana María Peña, especialista en esta obra.
La docente considera que, pro­bablemente, Saint-Exupéry no pensó en el impacto mundial de su obra, que fue traducida a tantos idiomas y dialectos co­mo La Biblia y nunca pierde su puesto en el ránking de lectu­ra. “Tiene la característica de no poderlo catalogar, porque reune en sí mismo tintes filosó­ficos, de alegoría fantástica, de parábola, de cuento maravillo­so...”. 
Es que este libro trae aparejada la nostalgia de la transparencia de inocencia que llevamos aden­tro desde niños y vamos perdiendo en el camino a la adul­tez. El Principito encierra mu­cho de moral, de esa que todos en el mundo y en todos los tiempos compartimos. “En este tercer milenio, en el que estamos muy necesitados no solo de valores sino de tole­rancia, de paciencia, de espera y de silencio en un planeta de aceleración incomprensible, en el que llegar a la cumbre es la única meta sin importar a qué precio, este libro es un bálsa­ mo verdadero”, afirma Peña.

Aviación y muerte
Antoine Marie Jean-Baptiste Roger de Saint-Exupéry nació en la ciudad francesa de Lyonel 29 de junio de 1900, como parte de una familia noble. 

Escritor y aviador, multifacéti­co, en diciembre de 1935 y tras un viaje de casi 20 horas cami­no a Saigón, junto con su navegador André Prevot tuvieron un aterrizaje forzoso en el de­sierto del Sahara en territorio libio. Ambos sobrevivieron al aterrizaje, pero sufrieron los estragos de la rápida deshidra­tación y quebraduras. Ambos experimentaron alucinaciones visuales y auditivas hasta que al cuarto día, un beduino en camello les salvó la vida. Lo relata en su libro “Tierra de hom­bres”(1939).
En 1943, y después de 27 meses en América del Norte, regresó a Europa para volar con las Fuerzas francesas libres y luchar con los Aliados en un es­cuadrón basado en el Medite­rráneo. Tras algunos inconve­nientes en su tarea de piloto, fue reinstalado en misiones de vuelo por la intervención personal del General Eisenhower. Charles de Gaulle, por su parte, públicamente afirmó que Saint-Exupéry apoyaba a Ale­mania, lo que lo deprimió y lle­vó al alcoholismo. 
La última misión de reconocimiento que hizo fue recoger información de inteligencia sobre los movi­mientos de las tropas alemanas en el valle del Ródano y sus al­ rededores antes de la invasión aliada del sur de Francia (Ope­ración Dragoon). En la noche del 31 de julio de 1944 despe­gó a bordo de un P-38 sin ar­
mamento de una base aérea en Córcega, y no regresó. Una mujer informó haber visto en­tonces un accidente aéreo alrededor cerca de la Bahía de Car­queiranne junto a Tolón. 
Un cadáver sin identificar usando insignias franceses fue encontrado varios días después al sur de Marsella y enterrado en Carqueiranne en septiembre.
Estuvo muy relacionado a América del Sur y fue en Bue­nos Aires donde vivió y conoció a su esposa, la salvadoreña Consuelo Suncín. Fue nombra­do director de la Aeroposta Ar­gentina, filial de la Aéroposta­le, que enviaba el correo entre la Capital Federal y la Patago­nia y tuvo la misión de organi­ zar la red de América Latina. Ese periodo le dio el marco pa­ra su segunda novela, “Vuelo nocturno”.

Exquisita sensibilidad
“Esta novela no podría haber salido de otro escritor. Era tan complejo como el mismo prin­cipito, a veces caprichoso y contradictorio, pero también sólido y profundo. A veces ni­ño y al mismo tiempo viejo y desencantado, multifacético y hombre de acción, pero sobre todo con una ética profunda. 

Considero que lanzó un men­saje de socorro a los hombres para asumir el compromiso de vivir como se debe”, expresa Ana María Peña.
Es para todas las edades, por­que enseña sobre la vida y la muerte. “Lo que da sentido a la vida es lo que después le da sentido a la muerte. En el aprendizaje de este principito hay tres personajes fundamen­tales: el piloto, el zorro y la ser­piente, cada uno de los cuales le dejan un regalo. El hombre, que lanza la frase más recono­cida de esta obra cuando dice ‘Lo esencial es invisible a los ojos’ y le regala una caja con un cordero adentro que no se ve. El zorro le enseña cómo do­mesticar a alguien refiriéndose a una rosa que, aunque com­plicada y contradictoria, es su amiga y la tiene que aceptar y cuidar como es; es profundizar el concepto de amistad. Y el último regalo, de la serpiente, desacraliza el sentido de la muerte, porque le enseña que vale la pena morir si se va a re­encontrar con su amiga, única en el universo”.

Lectura compartida y charla
Para la docente, llama la aten­ción que El Principito no sea un texto de lectura en todas las escuelas, salvo excepciones. “Probablemente haya quienes lo desvalorizan o quizás necesi­ta del debate para encontrar la profundidad que encierra en sus palabras. Conceptos como el silencio, la soledad para el pensamiento, tomarse el tiem­po para profundizar es lo que nos lleva a la plenitud en la vi­da y ese es el enorme valor que transmite. Es necesario reubi­carse en el planeta interior, no en el exterior, y ese concepto es enriquecedor para los chicos”. Explica que este trabajo tiene otra peculiaridad, porque no es solo un texto literario, una prosa poética, sino un ícono texto, en el que escritura e imagen forman un todo indivi­sible.